En una de las diversas visitas que hicieron mis dos hijos y mi esposa a Buenos Aires, durante el año que trabajé por allá, recuerdo que un día, en la noche, cerca de donde vivía y en plaza pública, iría a presentarse el señor Palito Ortega.
Para nosotros era un recuerdo de nuestra infancia, casi pre-adolescencia, cuando la radio repetía indiscriminadamente sus extensas canciones, como aquella simbólica de “Prometimos no llorar” y que hoy constituirían tan solo un letargo.
Ese día estábamos agotados de tanto pasear, pero no quería despedir la noche sin al menos ver lo que había sido de aquel cantante y para lo cual, bastaba andar prácticamente, unos 200 metros. Además, era de gracia.
Mis hijos al momento
se opusieron, dijeron: “Sem chance”, por más que intentamos de convencerlos.
Para no hacer más larga la historia, les diré que aún estando en casa, de repente comenzó a llover de tal forma, que no daría para salir andando a lugar algún y reímos mucho cuando uno de mis hijos dijo: “a esta hora, ese Palito Ortega, debe estar hecho un Palito Mojado”.
Y así, felices, juntos y alegres, se nos fue, lo que restaba del día.
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