El 5to grado de
mi escuela primaria, me trae muchos recuerdos: la mayoría gratos.
La institución
era muy buena así como los recursos con que contábamos, incluyendo los
escolares, los almuerzos, meriendas y las edificaciones. Todo era de elogiar.
Con relación a
los profesores o maestros como los llamábamos, había de todo, como en botica, la
mayoría eran muy buenos, de la vieja guardia, pero en el año 1971 - 1972,
todavía no habíamos sido invadidos por los “Makarenkos”. Para ser justo, no
todos eran malos profesores y yo casi no tuve profesores (alumnos) de este
contingente. Solo tengo referencias.
No estoy aquí para
juzgar si esta decisión fue cierta o errada, si obedeció a un momento histórico
y a una necesidad determinada. No vivo para juzgar. Vivo para solucionar
problemas, en esta única vida que todos vivemos.
En quinto grado: “Nuestra
unidad Rubén Bravo,
que es símbolo que es símbolo de lealtad…”, ese era un
trecho del himno que cantábamos todos los días, fue cuando tuve mi primero contacto
con la filatelia, que después me convertí en un ávido coleccionador y con la
colombofilia, de la que aprendí muchas cosas, aunque nunca he tocado en una
paloma.
Son aparentemente
dos actividades intrascendentes, pero ayudan a forjar carácter, a crear
paciencia y espíritu de secuencia, a trabajar para objetivos más distantes y
menos inmediatos. Ciertamente, entre otras cosas, esas actividades posibilitaron
mi crecimiento ulterior, tanto es así que regresé en el sexto grado, con otras
cualidades que me permitieron desarrollar liderazgo en la escuela, mis
resultados académicos fueron impresionantes y marcaron los mismos o sea, la
misma conducta en lo que se refiere a los estudios, hasta graduarme como
ingeniero, algunos años después.
En quinto grado,
di mi primer beso consciente (di varios y para varias niñas) y toqué las
primeras incipientes téticas. Era casi que instintivamente.
Quinto grado fue el
escenario de mi primera cirugía de hernia inguinal, de todas las que hice.
Estuve pocos días internado en las Católicas Cubanas y hasta recuerdo el nombre
del eminente cirujano que me operó y que días después marchó para los EEUU.
Tengo certeza que cuando salí del hospital, ya estaba con hernia nuevamente. Por
un lado el método usado no fue el más indicado y por otro, yo no sabía vivir
sin hernia. Por esta razón, creo que sin querer, yo mismo la traje de vuelta.
Demoré mucho para
hacer esa operación, porque era muy flaco y siempre estaba con anemia. Increíblemente
hice una reacción endocrinológica inesperada al tratamiento de sueros
pos-operatorio que me hicieron engordar mucho en pocos días, parecía en que
habían inflado y se pueden imaginar las dificultades que pasé de ropas en
aquellos tiempos tan difíciles de la economía cubana. Tuve que salir del
hospital en calzoncillos. Nada me servía. Pero bueno, quinto grado también marcó
mi fase efímera de gordito / gordón, que duró hasta el inicio de séptimo grado,
cuando tuve la idea y decisión de ingresar en un colegio militar.
No sé si
repararon que cuando hice alusión a la idea, no dije si fue buena, genial,
estúpida, etc, porque en resumen, fue todo eso al unísono, pero confieso
que agradezco, después de pasados muchos años, el haber tomado esa
decisión, que fue el inicio de tantas cosas buenas y de tantas desgracias al
mismo tiempo, pero la vida es eso, una mezcla de todo.
Durante los pocos
días que estuve ingresado en el hospital, tuve mi primer contacto con la muerte
de niños. Yo no sabía que los niños morían y el que dormía en la cama de
enfrente, desapareció una noche inesperadamente. Mi mamá intentó ocultármelo,
pero después llegó una conserje y comentó lamentando el deceso del niñito.
Recuerdo ahora un
trecho de aquella música: Si alguien roba comida y después da la vida qué
hacer?, hasta dónde podremos practicar las verdades, hasta dónde sabremos?... Y
lo digo porque aquella misma simple mujer, que servía la comida, era de una
generosidad y dulzura incalculables. Tanto era así que ella siempre le traía a
mi mamá un poco más de gelatina, para que yo me alimentara, porque estaba
flaquito y siempre hubo aquello de la gelatina era buena para la salud. Si ella
supiera lo que pasaba? Yo no podía ver la gelatina ni en pintura y mi mamá le tenía mucho asco, pero ella, para no hacer
el desaire, siempre se comía la mayor parte. Oh mi María – mamá!
En quinto grado
comenzó mi inclinación por practicar deportes. Era atletismo y un poco de
balompié. Eso me ha acompañado para toda la vida.
Pero bueno, el
motivo fundamental que me motivó a escribir estas líneas, fue un hecho en
específico que se repitió varias veces durante ese curso y que ahora, al
regresar recientemente de Rusia, vino a mi mente.
La escuela era
visitada frecuentemente por delegaciones extranjeras. Era una ventana del desarrollo
de la educación escolar en el país y siempre había un grupo de niños escogidos,
para recibir las visitas, con un corito ensayado y sonrisas incluidas,
acompañados bien de cerca por una profesora, que indicaba el momento de
aplaudir, de jolgorio, de alegría, de orden.
Todos los niños éramos
vanguardias a diferentes niveles, excepto una, lánguida, blanquita, de cabellos
lisos, claros y largos. El padre de ella viajaba con frecuencia al exterior y
eso permitía que las profesorcitas ganaran regalitos baraticos de vez en
cuando, pero para un país con tantas carencias, cualquier plumita era
bienvenida y las profesoras se mataban por tener a ese tipo de alumno en sus aulas.
Es para reir. Es para llorar. La pobreza del alma.
Lógicamente que
ella, la niña M. no podría faltar en la comitiva de recibimiento a los ilustres visitantes.
Para completar el
paquete, ella sabía decir una jerigonza supuestamente en ruso, que aprendió con
el padre pudiente "Добро пожаловать, дорогие советские товарищи!" y que traducido sería “Bienvenidos queridos compañeros
soviéticos”. Ella era arroz de fiesta y toda vez que venía una delegación soviética, allá iba ella a gritar esos fervorosos sonidos, que distaban bastante de la pronunciación de
las palabras reales en lengua rusa, cosa que supe posteriormente cuando comencé a estudiar el idioma..
Tanto es así que los "rusos" nunca entendían,
pero la profesora que nos orientaba, daba las instrucciones para aplaudir y después decir el lema (que tampoco entendían) y allí los rusos no tenían otra alternativa que entrar en la danza,
con aquellas caras de paisaje, sin entender nada de lo que estaba aconteciendo. Pero la niña ganaba
connotación, porque para los ignorantes, ella sabía hablar ruso. Ella era diferente.
Siempre era elogiada
pelos rusos porque parecía una coterránea.
Tiempos después
supe que hablar ruso no es ninguna proeza.
Quinto grado,
también fue mi último año de infancia plenamente feliz, porque nadie estaba muerto,
porque a partir del curso siguiente, me tornaría un niño huérfano y eso duele
mucho. Heridas que no cierran. Dolores que no pasan. Padecimientos que no
curan.
Ahora, ya finalizando, ha sido muy bueno para mi escribir nuevamente en español, pero esta historia en otra lengua diferente
de como los hechos ocurrieron, no tendría el mismo sabor. También es para que
la entiendan los que puedan entenderla.
Recuerdos para
Regla, mi compañera de mesa, para Reina, una exuberante buena amiga, para Regino
que ya en esa fecha era el tormento del aula y también de la escuela, para el gordito F que se hacía pipi en los pantalones,
tenía pestecita pero era buena gente y hasta para M, la niña sajona de la
jerigonza, ella también fue usada.
Recuerdos para
todos.
Pido disculpas.