segunda-feira, 10 de março de 2014

5to grado. Добро пожаловать, дорогие советские товарищи!

El 5to grado de mi escuela primaria, me trae muchos recuerdos: la mayoría gratos.

La institución era muy buena así como los recursos con que contábamos, incluyendo los escolares, los almuerzos, meriendas y las edificaciones. Todo era de elogiar.

Con relación a los profesores o maestros como los llamábamos, había de todo, como en botica, la mayoría eran muy buenos, de la vieja guardia, pero en el año 1971 - 1972, todavía no habíamos sido invadidos por los “Makarenkos”. Para ser justo, no todos eran malos profesores y yo casi no tuve profesores (alumnos) de este contingente. Solo tengo referencias.

No estoy aquí para juzgar si esta decisión fue cierta o errada, si obedeció a un momento histórico y a una necesidad determinada. No vivo para juzgar. Vivo para solucionar problemas, en esta única vida que todos vivemos.

En quinto grado: “Nuestra unidad Rubén Bravo,
 que es símbolo que es símbolo de lealtad…”, ese era un trecho del himno que cantábamos todos los días, fue cuando tuve mi primero contacto con la filatelia, que después me convertí en un ávido coleccionador y con la colombofilia, de la que aprendí muchas cosas, aunque nunca he tocado en una paloma.

Son aparentemente dos actividades intrascendentes, pero ayudan a forjar carácter, a crear paciencia y espíritu de secuencia, a trabajar para objetivos más distantes y menos inmediatos. Ciertamente, entre otras cosas, esas actividades posibilitaron mi crecimiento ulterior, tanto es así que regresé en el sexto grado, con otras cualidades que me permitieron desarrollar liderazgo en la escuela, mis resultados académicos fueron impresionantes y marcaron los mismos o sea, la misma conducta en lo que se refiere a los estudios, hasta graduarme como ingeniero, algunos años después.

En quinto grado, di mi primer beso consciente (di varios y para varias niñas) y toqué las primeras incipientes téticas. Era casi que instintivamente.

Quinto grado fue el escenario de mi primera cirugía de hernia inguinal, de todas las que hice. Estuve pocos días internado en las Católicas Cubanas y hasta recuerdo el nombre del eminente cirujano que me operó y que días después marchó para los EEUU. Tengo certeza que cuando salí del hospital, ya estaba con hernia nuevamente. Por un lado el método usado no fue el más indicado y por otro, yo no sabía vivir sin hernia. Por esta razón, creo que sin querer, yo mismo la traje de vuelta.

Demoré mucho para hacer esa operación, porque era muy flaco y siempre estaba con anemia. Increíblemente hice una reacción endocrinológica inesperada al tratamiento de sueros pos-operatorio que me hicieron engordar mucho en pocos días, parecía en que habían inflado y se pueden imaginar las dificultades que pasé de ropas en aquellos tiempos tan difíciles de la economía cubana. Tuve que salir del hospital en calzoncillos. Nada me servía. Pero bueno, quinto grado también marcó mi fase efímera de gordito / gordón, que duró hasta el inicio de séptimo grado, cuando tuve la idea y decisión de ingresar en un colegio militar.

No sé si repararon que cuando hice alusión a la idea, no dije si fue buena, genial, estúpida, etc, porque en resumen, fue todo eso al unísono, pero confieso que agradezco, después de pasados muchos años, el haber tomado esa decisión, que fue el inicio de tantas cosas buenas y de tantas desgracias al mismo tiempo, pero la vida es eso, una mezcla de todo.

Durante los pocos días que estuve ingresado en el hospital, tuve mi primer contacto con la muerte de niños. Yo no sabía que los niños morían y el que dormía en la cama de enfrente, desapareció una noche inesperadamente. Mi mamá intentó ocultármelo, pero después llegó una conserje y comentó lamentando el deceso del niñito.

Recuerdo ahora un trecho de aquella música: Si alguien roba comida y después da la vida qué hacer?, hasta dónde podremos practicar las verdades, hasta dónde sabremos?... Y lo digo porque aquella misma simple mujer, que servía la comida, era de una generosidad y dulzura incalculables. Tanto era así que ella siempre le traía a mi mamá un poco más de gelatina, para que yo me alimentara, porque estaba flaquito y siempre hubo aquello de la gelatina era buena para la salud. Si ella supiera lo que pasaba? Yo no podía ver la gelatina ni en pintura y mi mamá  le tenía mucho asco, pero ella, para no hacer el desaire, siempre se comía la mayor parte. Oh mi María – mamá!

En quinto grado comenzó mi inclinación por practicar deportes. Era atletismo y un poco de balompié. Eso me ha acompañado para toda la vida.

Pero bueno, el motivo fundamental que me motivó a escribir estas líneas, fue un hecho en específico que se repitió varias veces durante ese curso y que ahora, al regresar recientemente de Rusia, vino a mi mente.

La escuela era visitada frecuentemente por delegaciones extranjeras. Era una ventana del desarrollo de la educación escolar en el país y siempre había un grupo de niños escogidos, para recibir las visitas, con un corito ensayado y sonrisas incluidas, acompañados bien de cerca por una profesora, que indicaba el momento de aplaudir, de jolgorio, de alegría, de orden.

Todos los niños éramos vanguardias a diferentes niveles, excepto una, lánguida, blanquita, de cabellos lisos, claros y largos. El padre de ella viajaba con frecuencia al exterior y eso permitía que las profesorcitas ganaran regalitos baraticos de vez en cuando, pero para un país con tantas carencias, cualquier plumita era bienvenida y las profesoras se mataban por tener a ese tipo de alumno en sus aulas. 

Es para reir. Es para llorar. La pobreza del alma. 

Lógicamente que ella, la niña M. no podría faltar en la comitiva de recibimiento a los ilustres visitantes.

Para completar el paquete, ella sabía decir una jerigonza supuestamente en ruso, que aprendió con el padre pudiente "Добро пожаловать, дорогие советские товарищи!" y que traducido sería “Bienvenidos queridos compañeros soviéticos”. Ella era arroz de fiesta y toda vez que venía una delegación soviética, allá iba ella a gritar esos fervorosos sonidos, que distaban bastante de la pronunciación de las palabras reales en lengua rusa, cosa que supe posteriormente cuando comencé a estudiar el idioma.. 

Tanto es así que los "rusos" nunca entendían, pero la profesora que nos orientaba, daba las instrucciones para aplaudir y después decir el lema (que tampoco entendían) y allí los rusos no tenían otra alternativa que entrar en la danza, con aquellas caras de paisaje, sin entender nada de lo que estaba aconteciendo. Pero la niña ganaba connotación, porque para los ignorantes, ella sabía hablar ruso. Ella era diferente.

Siempre era elogiada pelos rusos porque parecía una coterránea.

Tiempos después supe que hablar ruso no es ninguna proeza.

Quinto grado, también fue mi último año de infancia plenamente feliz, porque nadie estaba muerto, porque a partir del curso siguiente, me tornaría un niño huérfano y eso duele mucho. Heridas que no cierran. Dolores que no pasan. Padecimientos que no curan.

Ahora, ya finalizando, ha sido muy  bueno para mi escribir nuevamente en español, pero esta historia en otra lengua diferente de como los hechos ocurrieron, no tendría el mismo sabor. También es para que la entiendan los que puedan entenderla.

Recuerdos para Regla, mi compañera de mesa, para Reina, una exuberante buena amiga, para Regino que ya en esa fecha era el tormento del aula y también de la escuela, para  el gordito F que se hacía pipi en los pantalones, tenía pestecita pero era buena gente y hasta para M, la niña sajona de la jerigonza, ella también fue usada.

Recuerdos para todos.

Pido disculpas.

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